Para la travesía
Durante toda la semana le había rondado en la cabeza las palabras de Horacio el día de su cumpleaños, y todo lo que vivieron, lo que bebieron y lo que gritaron aquella noche. Como un par de adolescentes conjuraron a la luna, dejaron marchar a todos los demonios, quemaron el pijama y se enfrentaron a la noche de una ciudad que hacía tiempo que les resultaba ajena.
Durante toda la semana se había sentido vivo. Exultante.
Satisfecho, Nico cerró el libro a la vez que los ojos en un ejercicio de autocomplacencia, no sin antes doblar la esquina en aquel poema que por fin adquiría pleno significado. Se sacudió las migas que quedaron del último pedazo de pastel. Suspiró, pensó en Lola, en el aquí y en el ahora: Lo único que necesito es que me quieran con fiereza.
Ya no será
Ya no será
ya no
no viviré contigo
no criaré a tu hijo
no coseré tu ropa
no te tendré de noche
no te besaré al irme
nunca sabrás quién fui
por qué me amaron otros.
No llegaré a saber por qué ni cómo nunca
ni si era de verdad
lo que dijiste que era
ni quién fuiste
ni qué fui para ti
ni cómo hubiera sido
vivir juntos
querernos
esperarnos
estar.
Ya no soy más que yo
para siempre y tú
ya
no serás para mí
más que tú. Ya no estás
en un día futuro
no sabré dónde vives
con quién
ni si te acuerdas.
No me abrazarás nunca
como esa noche
nunca.
No volveré a tocarte.
No te veré morir.
Había sido una bonita travesía. Sin emoticonos.
Seguimos,
*Idea Vilariño fue una poeta latinoamericana. Se enamoró, según ella, “del último hombre del que debía enamorarse“, de Juan Carlos Onetti. Lo típico, vamos. Ya no será, es su poema más conocido, el que escribió tras finalizar su relación con Onetti.
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