Compás de espera
Por extraño que parezca a las puertas de julio, había niebla en Madrid esta mañana. Me pareció incluso que hacía algo de frío. Tardé siglos en aparcar y las horas se hicieron densas, como de bruma. No veía la hora de volver a casa y empezar con el ritual de la cena.
Coche de vuelta, un vaivén. Un semáforo y toda la vida por delante. Y en este compás de espera, mientras el parabrisas improvisaba una danza tribal, me dejo arrastrar por los anhelos, y me pongo a desear: quiero darme un atracón de queso mientras bebo vino en bota, hacerte cosquillas en los pies, no volver a sentir emociones por delegación, ver películas antiguas debajo de cortinas de humo, amainar la tempestad. Aprender a tejer una bufanda que tenga en cada punto del revés una historia de esperanza, escuchar el rugir de las olas contra el abismo de tus ojos clarooscuros, escaparme a Valencia a comer una paella y desandar esos quinientos kilómetros. Dejar, durante diez minutos al día, la cabeza en blanco para que pueda invadirme algún recuerdo dulce, sentir sin pudor el deseo de desear, pasar un domingo en el mercado de las pulgas y traerme otro espejo convexo desde el que burlarme del reflejo, de mis años y del tiempo que hace que no cumplo todas mis promesas.
Perderme en algún arrozal, sentir el agua al cuello, inventar un par de palabras que tengan una g y una u con diéresis, y que signifiquen exactamente todo aquello que nunca te dije; dejarme empapar por una tormenta de verano y jugar a pisar los charcos, seguir leyendo un libro al mes, bañarme desnuda en Barrañán, y notar, adheridos a la piel, sentimientos nuevos, arena, salitre y sudor.
Disfrutar de mis amigos y abrazarles porque sí, con esos abrazos que no se olvidan; ser irregular y reírme por ello, estrechar el círculo, volver a confiar, incorporar bazas nuevas, alimentar mis proyectos, volar a Nueva York. Ser de nuevo. Ser en ti y contigo, aunque la vida se juegue en partidas a parte.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!