Las partículas elementales

Está tontaca, irascible, se emociona con cosas tan extrañas como el final de la segunda temporada de Stranger Things y lo rompe todo. Pero cada día está más guapa. Lola está radiante. Canturrea por la casa, se olvida de darle al on de la lavadora y la he descubierto mirarse ensimismada durante siglos al espejo; como si hubiera un más allá que sólo ve ella y que le dicta su siguiente movimiento asegurándole que todo va bien.

Se me queda dormida por las esquinas. Al final del día, de pronto viendo la tele, Lola se apaga. Literal. Puede pasarla incluso en mitad de una frase. Off. Y deja de existir. Se abandona a su suerte hasta el día siguiente.

Sonríe; se ríe a lo tonto, llora de pronto, y sin embargo transmite una seguridad aplastante.

Esos días previos yo podía haber atado cabos, pero no lo hice; como dice Lola, a veces «me sale el tío que llevo dentro». Estábamos pensando irnos a Nueva York y mi cabeza era un hervidero de datos, rutas y lugares; además estaba detrás de la adjudicación de una nueva obra y Horacio tenía problemas. Achacaba los raros que hacía Lola al nuevo proyecto que le habían ofrecido en la revista. Sin más.

Ayer al medio día llegue a casa dispuesto a preparar el risotto más rico del mundo. Entré en la cocina, y a medida que iba abriendo armarios y cajones y moviéndome por ella buscando ingredientes, encontraba misteriosos pos-it amarillos por todas partes; sobre la encimera, en el armario de los vasos, dentro del lavavajillas, en la caja de los cereales, sobre el mantel, en la campaña, en el bote de cristasol que aún seguía imperturbable dentro del frigo… En cada uno ponía un nombre: Sacha, Valentina, Otto Romeo, Lía, Bosco, Luca, Flavia…

Empecé a recogerlos y no sé bien porqué a colocarlos por orden, milimétricamente alineados, del que más me gustaba al que menos, concentradísimo en una tarea que bien podía parecer una disección minuciosa de la materia en busca del Bosón de Higgs; mis pequeñas partículas elementales. Inmerso en esta tarea no oí llegar a Lola quien, cuando levanté la vista, me miraba desde el quicio de la puerta.

No hizo falta nada más. Nos miramos, me sonrió y lo supe. Vamos a ser tres.

También sentí vértigo.

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